lunes, 5 de marzo de 2012

Patoño

Uno puede pensar que un perro es lo más, que puede ser un hermano (y alguno cree que hasta puede ser un hijo) y que nada cambiaría por su mascota. A veces uno lo ama, pero otras lo odia y quiere pegarle una patada en el upite por molesto.
En este caso, mi papá encontró a Patoño (mi hermana le puso este nombre, cuando ella tenía 2 años) en una fría y lluviosa noche de invierno del 2000 en el Carrefour de Moreno. No suele hacer estas cosas pero se ve que lo agarró flojito y se lo llevó a casa.
Al principio, todo chiquito, con sarna y parásitos pero amable hasta el punto de miedoso. Una vez curado, su miedo era tan grande que no quería salir conmigo a buscar a mis amigos y si lo llevaba hasta allá temblaba al punto del llanto.
En ese verano, mi papá tuvo una oferta para trabajar la temporada en Mar del Plata y allá fuimos con Patoño incluído. Como no estaba mucho en casa, porque iba a la playa o porque mi vieja vivía cerca de ahí, no lo veía mucho y cuando lo encontraba, estaba en la puerta de la cosa o venía caminando desde el Bosque Peralta Ramos. Vi que había hecho buenas migas con algún perro pero la verdad se descubriría cuando volvimos a Ituzaingó. El verano lo transformó, de ser un perro asustadizo a un perro chumbador y buscarroña. Salía a la calle, chumbaba a cuanta bici pasaba, a cuanto auto andaba por ahí o peor, iba a comprar a 4 cuadras y había un dilema: despertaba a mi viejo por dejarlo atado o despertaba los vecinos porque peleaba desde el alambrado a los demás perros. A los ladridos puros. Y así le iba, cuando se escapaba volvía con algún agujero producto de una pelea. También lo pisaron autos por ladrarle a las ruedas y mi viejo diciendo "¡¿por qué te traje Patoño?!" y lo sacaba de quicio.
También me acompañaba a tomar el colectivo, esperaba que me suba y me mordia los garrones como queriendo que no me vaya. Me molestó tanto que un día me fui desde Parque Leloir hasta Morón (ida y vuelta) en bici con él para que se canse. Volvimos a casa, tomó agua y siguió chumbando bicis. No se cansaba nunca.
Hoy, con 12 años sigue molestando con la misma intensidad que cuando era jóven.


Patoño, el pastoreo hecho can.

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